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La predicción que se muerde la cola

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Una vieja parábola árabe del siglo IX señala la imposibilidad de escapar al propio destino:

El discípulo de un sufí de Bagdad estaba un día sentado en un rincón de una posada, cuando oyó hablar a dos personajes. Por lo que decían, se dio cuenta de que uno de ellos era el Ángel de la Muerte.

“Tengo varias visitas que hacer en esta ciudad durante las próximas tres semanas”, le decía el Ángel a su compañero.

Aterrorizado, el discípulo se escondió hasta que ambos hubieron partido. Para escapar a la Muerte, alquiló el caballo más veloz disponible y lo espoleó día y noche en dirección a la lejana ciudad de Samarcanda.

Mientras tanto la Muerte se encontró con el maestro sufí y hablaron sobre diversas personas. “¿Y dónde está tu discípulo tal y tal?” preguntó la Muerte.

“Debe de estar en algún lugar de esta ciudad, empleando su tiempo en contemplación, quizás en una posada”, dijo el maestro.

“Qué extraño”, dijo el Ángel, “pues se halla en mi lista. Sí, aquí está: tengo que recogerlo dentro de cuatro semanas nada menos que en Samarcanda”.

Me ha venido el cuento a la cabeza a partir de una paradoja, en la que no es precisamente el pobre mortal el que pierde la partida. Aparentemente, y luego veremos que no es así, la paradoja pone limitaciones a un ser que sea capaz de conocer o predecir el futuro. El protagonista de la paradoja es un ente con tales características, que bien puede ser un ser divino y omnisciente, si nos interesan las implicaciones teológicas, o bien, en un universo materialista y determinista, un ser o una máquina que conozca todas las leyes de la naturaleza y sea capaz de utilizar ese conocimiento para calcular el futuro a partir de las condiciones iniciales.

Voy a aprovecharme del relato sufí y exponer la paradoja en un escenario similar.

Las reglas del juego en este caso son las siguientes. El Ángel de la Muerte es el protagonista del que hablaba capaz de conocer el futuro con toda precisión. Como en el cuento, la Muerte considera que ha llegado la hora del discípulo sufí y utilizará sus capacidades de predicción para presentarse en la ciudad en la que estará el pobre diablo. Pero le dará una oportunidad al discípulo y cuatro semanas antes le anunciará con total sinceridad la ciudad a la que irá a buscarle. El discípulo morirá si al cabo del plazo marcado coincide con el Ángel en la misma ciudad y se salvará en caso contrario. Supondremos que el discípulo no tiene ninguna dificultad para escuchar la ciudad previamente anunciada, ni para cambiar de ciudad si así lo desea.

¿Morirá o se salvará el discípulo? No está nada claro. Si el Ángel puede conocer el futuro a la perfección no debería tener ninguna dificultad en saber la ciudad en la que estará el discípulo y anunciarlo. Pero si lo anuncia el discípulo intentará evitar el destino fatal y se trasladará a una ciudad diferente de la anunciada.

Los que creen en el libre albedrío podrían buscar en éste una salida a la paradoja. Pueden pensar por ejemplo que la elección del discípulo, dotado de libre albedrío, no está predeterminada y, ni un Dios omnisciente, ni un científico que conozca exactamente el comportamiento de un universo determinista, pueden saber por anticipado cual es la ciudad a la que se dirigirá el discípulo. Esta salida pondría limitaciones a la capacidad de predicción de un ser físico o espiritual.

Sin embargo el libre albedrío no es una solución a esta paradoja porque la misma se plantea en los mismos términos aunque la elección la tenga que hacer una máquina.

Supongamos que preparamos un programa de ordenador al que se le suministra una cadena de entrada y que produce otra de salida. Tanto para la entrada como para la salida habrá dos opciones. Si la entrada es “Bagdad” la salida será “Samarcanda” y viceversa. Este programa tan simple es una simulación de la decisión que tomaría el discípulo sufí si aprecia su vida.

Como el programa es simple, hasta nosotros somos capaces de predecir exactamente su comportamiento. Sin embargo de ningún modo lograremos a la vez “anunciarle” al ordenador la salida que esperamos y acertar con la salida que producirá.

Sencillamente es imposible lógico predecir una acción y anunciar esa acción a una persona o máquina cuyo comportamiento consiste en actuar de un modo contrario al que hemos anunciado.

De la paradoja no se extraen limitaciones sobre la posibilidad de que un ente sea capaz de conocer o predecir el futuro, simplemente el supuesto de la paradoja pedía un imposible. No se puede pedir, ni siquiera a Dios, que construya un círculo cuadrado o que encuentre una fracción que multiplicada por sí misma sea igual a dos.

Si el lector le ha cogido gusto a pensar en términos de paradojas puede probar con la paradoja de Newcomb.

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